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Atlántico Sur – Islas Georgias, viernes 14 de octubre.
Nunatak James, una isla en un desierto de hielo.
Paciencia, sin duda mucha paciencia es la que hemos tenido que tener hasta que por fin nos ha llegado un pronóstico del tiempo relativamente esperanzador. Y digo relativo porque necesitamos al menos tres días para hacer la travesía de Shackleton, y el pronóstico habla de escasas 48 horas de ligera mejoría y luego llegará una nueva borrasca. Así es el clima en el Atlántico sur, extremo y muy difícil de predecir debido a la escasa red de
datos meteorológicos.
La espera de estos días me llevado a reflexionar sobre lo relativo del paso del tiempo, no solo por lo que apremie o no, sino sobre todo por la época que te ha tocado vivir. Hoy, en un mundo donde todo es para ya, puede parecer que estar tres días en un barco esperando el fin de la borrasca, es tirar el tiempo por la borda. Y es entonces cuando me acuerdo del último superviviente de la tragedia del Endurance en 1914, que falleció en 1976, poco tiempo después de la supuesta llegada a la luna. Ese mismo hombre vivió tres años de soledad en los hielos del sur a principios del siglo XIX, cuando el continente antártico comenzaba a explorarse. O el mismísimo Magallanes, que invirtió más de tres años en completar la primera vuelta al mundo justo hace quinientos años. Probablemente para ellos tres días de espera apenas tuvieron importancia; sin duda el tiempo es relativo.
El miércoles 12 de octubre decidimos ponernos en marcha. Preparamos el bote inflable y bajamos todo el equipo hasta la costa. Para nuestra sorpresa, nada más arrancar el motor, apareció una foca leopardo, famosas por su comportamiento agresivo y sus dientes más típicos de un canino que de una foca. Me pregunté si nos estaría persiguiendo por pura casualidad o con otro tipo de intención. Por suerte, antes de llegar a la pequeña
playa donde decidimos desembarcar apareció un gran campo de algas tubulares que nos obligaron a subir el motor y seguir a remo. La foca no hizo mucho esfuerzo en continuar con su juego. Este anecdótico encuentro y las espectaculares vistas de la bahía con el barco fondeado con los témpanos de hielo flotando alrededor me sobrecogió. Pero también me sentí afortunado por poder estar aquí.
Una vez que desembarcamos preparamos rápidamente dos pequeñas pulkas e inflamos los Packraft Mekon para poder portear el material necesario para 6 personas, en una travesía en condiciones antárticas para una semana, y por terreno nevado y pedregoso.
Finalmente, en torno a las 11 de la mañana comenzamos a progresar sobre el glaciar y poco a poco fuimos ganando altitud. Pero cuando solo llevábamos 5 kilómetros recorridos, mi compañero Rafa se empezó a retrasar más de lo debido. Por seguridad decidí esperarlo, pues una densa niebla empezaba a cubrirnos y era mucho mejor no perdernos de vista. Le pregunté si le ocurría algo y me comentó que estaba sintiendo un dolor intenso
en el abdomen que le recordaba a los síntomas de una hernia inguinal que había padecido años atrás. Le recordé que no debía olvidar que estamos en el peor lugar del mundo para tener una urgencia hospitalaria y finalmente, con mucho pesar del suyo y del grupo, decidió regresar al barco. Lo acompañé glaciar abajo hasta avistar la playa y el resto continuamos progresando.
A partir de la cota 450m. la niebla se fue disipando y pudimos disfrutar de una extraordinaria vista sobre Bahía Possesion con el Yyaque II fondeado, que geográficamente hablando es más un fiordo que una bahía, pues una entrada de mar en un terreno previamente erosionado por un enorme glaciar.
Dos horas más tarde y ya en horario de montar la tienda logramos alcanzar el Campo de Hielo Murray, a partir del cual la pendiente disminuye hasta el famoso paso Razorback, uno de los primeros obstáculos que tuvo que rebasar Shackleton a 600m.
Una norma que me auto impongo en este tipo de territorios tan comprometidos es montar la tienda con la luz del día, pues no solo hay que elegir el emplazamiento lo más llano posible, sino que hay hacer muros, coger nieve para hacer agua, y un largo protocolo que además de comodidad nos proporciona seguridad.
Antes de dormirnos me comuniqué con el barco para comprobar que Rafa ya estaba a bordo y con esa tranquilidad me abandoné a los dulces sueños que da un buen saco de dormir cuando fuera hacen -5ºC. La noche fue relativamente tranquila.
Sobre las 6h nos levantamos y continuamos la travesía. Poco después empezó a cerrarse repentinamente el cielo y la presión atmosférica descendió bruscamente. Aun así decidimos continuar, pues tanto en mi mapa como en el gps tenía localizado un emplazamiento seguro, una vez rebasado Razorback, y en el que podríamos atrincherarnos en caso de que se adelantara el nuevo temporal.
Sin embargo la nieve caída los días anteriores nos impedía progresar rápido y hasta las 15h no alcanzamos los 600m. del paso y comenzamos el descenso hacia Glaciar Compas. Desde allí las vistas sobre la Bahía Antártica las vistas son realmente hermosas; el océano se adentra en un paisaje blanco donde varios glaciares rompen sobre el agua.
La bajada de este paso es probablemente la sección más técnica de la ruta. En su diario, Shackleton escribió que llegó aquí extenuado, y que al ver la fuerte pendiente se abandonó a su suerte, dejándose deslizar ladera abajo. Bajar nosotros y todo el equipo nos llevó un par de horas, así que sobre las 17h logramos entrar en la gran planicie helada y nos comunicamos con el barco para conocer la previsión del tiempo. La información que nos dio Ezequiel me cayó como un jarro de agua fría, nunca mejor dicho: definitivamente se adelantaba la borrasca. Sus palabras fueron claras y concisas: “chicos, tienen que salir de ahí lo antes posible, viene un huracán y estará encima de ustedes en pocas horas”.
Rápidamente nos alejamos de las laderas más expuestas al riesgo de aludes y buscamos un lugar adecuado para montar el campamento. Decidimos excavar un agujero para cada tienda y aprovechar los bloques para construir unos muros. Además, hicimos una cueva de hielo de supervivencia, por si las tiendas no aguantan los vientos superiores a 100 km/h que nos anunció Ezequiel.
Sobre nuestras cabezas fue formándose una gran nube un forma de yunque, que son un indicio evidente de la llegada de mal tiempo en todas las capas de la atmósfera, es decir de muy mal tiempo.
Pude ver el miedo en las caras de algunos de mis compañeros menos experimentados y me salió comentarles que cuando plantamos cara al miedo, este se reduce, pero si nos quedamos paralizados, esperando sin hacer nada, el miedo crece. Por eso actuar siempre es la mejor opción. Así que nos pusimos manos a la obra hasta que dimos por finalizado el campamento, que se me antojó llamar Campamento Amparo.
Cuesta explicar y quizás entender, qué suponen estas condiciones meteorológicas en estos territorios australes si no se han vivido antes, pero básicamente se trata de trabajar sin parar, para que la tormenta no te gane la partida y literalmente no nos devore. Por suerte, hemos logrado atrincherarnos a tiempo y las tiendas resisten las intensas rachas de viento huracanado que nos ensordecen y sobrecogen el corazón.
Tenemos comida y gas suficiente para una semana, así que una vez más toca tener el coraje de armarnos de paciencia y esperar hasta que una nueva ventana de buen tiempo nos permita seguir avanzando.
Juan Diego Amador

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