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Viaje al centro del cambio climático del Planeta

Viaje al centro del cambio climático del Planeta

EXPEDICIÓN GROENLANDIA, VIAJE AL CENTRO DEL CAMBIO CLIMÁTICO DEL PLANETA´, documental de la Fundación Diario de Avisos, proyectado ayer en multicines ALCAMPO, muestra la apasionante expedición llevada a cabo por Pedro Millán, Antonio López y Julio Pérez, montañeros tinerfeños, que contarán en primera persona la historia del Viaje al centro del Cambio Climático del planeta, afrontando la navegación de unos 1.200 km por los Fiordos Groenlandeses durante 21 días, en el interior de un barco velero 12 metros de eslora, para lograr el ascenso hacia montañas vírgenes de la costa Este de Groenlandia.
El interés por esta lejana región reside tanto en la espectacularidad de la exploración marítima como terrestre de sus prácticamente deshabitados territorios, así como en la historia de la huella humana visible en las ruinas de antiguos asentamientos. Lo que conducirá a los expedicionarios a un viaje no exento de los desafíos y dificultades que supone la navegación entre icebergs e inclemencias meteorológicas, el desembarco para atravesar glaciares, corredores de nieve y seracs de hielo, y la realización de arriesgados ascensos a montañas inexploradas, con desprendimientos y otras eventualidades que la convertirán en una verdadera experiencia de superación personal.

Fuente: Diario de Avisos

Fuente: Diario de Avisos

 

9ª Crónica – últimos días, vida salvaje austral, y el largo y agitado retorno – Expedición Georgias del Sur

9ª Crónica – últimos días, vida salvaje austral, y el largo y agitado retorno – Expedición Georgias del Sur

Atlántico Sur, 28 de octubre.
(51° 22′ S. – 55° 01′ O): últimos días, vida salvaje austral, y el largo y agitado retorno.
Aprovecho los diez días de navegación de retorno desde Georgias del sur hasta las Islas Malvinas y/o Falckland Islands para escribir a ratos. El intenso oleaje y el continuo movimiento del barco me impiden hacerlo durante mucho tiempo sin antes marearme. Aprovecho para anotar algunas cuestiones de las que no me quiero olvidar…
Alex Txikon es un reputado alpinista y amigo, al que conozco desde hace veinte años, cuando coincidimos en Chilas-Paquistán. Él había hecho cima en el Broad Peak y yo en el Gasherbrum II. Desde entonces he admirado su trayectoria y siento empatía por su persona. Algunas veces hemos coincidido en alguna expedición, como en la Antártida 2006, cuando yo salía y él llegaba desde Punta Arenas (Chile). En otras ocasiones nos hemos visto en Tenerife, con motivo de algún evento que he organizado, o por algún trabajo fotográfico para TRANGOWORLD, marca de ropa técnica que nos viste y de cuyo equipo formamos parte. En estos encuentros, además de contarnos las aventuras y disfrutar de la amistad, solemos hablar de hacer algo juntos y sobre todo, de hacer algo distinto a lo habitual.
El pasado mes de noviembre Alex volvió a Tenerife; entre otras actividades fuimos a escalar a La Catedral, en las Cañadas del Teide. Allí me comentó que tenía un buen contacto para navegar hasta las Georgias del Sur y así empezó este viaje que estoy a punto de terminar. Lamentablemente, a última hora Alex no pudo venir por complicaciones de su agenda, pero siempre le agradeceré ese primer impulso para esta expedición de cinco semanas (vuelos, una de espera por un petate extraviado, diecisiete días de navegación y doce en las Islas Georgias).
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Esta ha sido mi tercera expedición a las regiones australes: primero Antártida, luego Hielo Patagónico Norte y ahora Georgias del Sur. En este último viaje he puesto en práctica mucho de lo aprendido anteriormente, tanto aquí como en las expediciones a Alaska, Islandia y Noruega. Todos estos territorios tienen un nexo común: climas extremadamente fríos y húmedos. Esto supone que hay que cuidar mucho la logística, la elección del material, conocer bien las técnicas de supervivencia en condiciones invernales de gran exposición, la orientación sin visibilidad y aun así, acertar con la meteorología.
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En este sentido, la mejor época para viajar por estas latitudes es el verano austral, desde finales de noviembre hasta mediados de febrero. Sin embargo, nosotros hemos llegado a las Georgias un mes antes de lo deseado (por cuestiones personales de algunos miembros del grupo) y lo asumimos. Como resultado, soportamos duras tormentas huracanadas y tuvimos que resistir varios días enterrados en una cueva de hielo, además hemos visto menos fauna de la esperada, pues los animales están empezando a llegar de su largo viaje migratorio.
Quizás este ha sido el mayor aprendizaje de esta expedición: a estas regiones extremas se tiene que viajar con suficiente tiempo para poder soportar sin ansiedad las posibles esperas, y siempre en la época estival, de lo contrario es jugar a la ruleta rusa. Probablemente regrese a la Antártida, pues sigo teniendo algunos sueños por cumplir en el continente helado, pero lo haré cuando esté seguro que sea en la mejor época y con el tiempo necesario.
Me hubiera gustado obtener mejores imágenes de vídeo, desde tierra y desde el aire; sobre todo de la sección más abrupta y expuesta de la ruta. Pero precisamente allí es donde más soplaba el viento y donde cualquier cosa, incluso mantenernos ilesos supuso un gran esfuerzo. Apenas despegué el dron, pero sí pude fotografiar y hacer suficientes tomas como para poder contar dignamente esta historia en forma de documental y conferencia, tal y como me comprometí.
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Si pienso en las expectativas con las que salí de Tenerife, llegaré a casa frustrado, pues me hubiera gustado ver más y subir más alto. Pero si pienso en las complicaciones que tuvimos y en que podía haber perdido la vida, llegaré a casa eufórico. Honestamente, como ocurre con las grandes obras pictóricas, los grandes viajes no son ni la oscuridad absoluta, ni la luz plena, sino la perfecta combinación de ambas. Así que yo soy más del claroscuro, como la vida misma, donde el verdadero arte está en conseguir el equilibrio entre el deseo y la satisfacción para obtener un resultado pictórico más real y agradecido.
Durante los días de viaje y navegación he leído algunos libros sobre Shackleton (Atrapados en el Hielo, de Caroline Alexander, Wild, de Reynold Messner, Los Viajes de Shackleton a la Antártida, de Alberto Fortes). En casi todos he podido descubrir con sorpresa que él agradeciera de manera explícita la suerte que tuvo con las exquisitas condiciones meteorológicas durante su travesía. Sin embargo, nosotros vivimos otras Georgias, más invernales y muy poco coloridas, donde dominó el blanco de la niebla y la nieve y el negro de las rocas.
También hubiera preferido un tiempo primaveral, para disfrutar más y exponernos menos, pero estas deplorables condiciones me han permitido entender la gran hazaña de Shackleton y sus hombres, que realizaron la misma ruta en 1916, hace más de cien años, con escasos conocimientos de montaña y con el equipamiento de aquella época. Se trata de una de las gestas más épicas de la historia del montañismo y haberla podido realizar, me ayuda a acercarme a la verdadera dimensión de la exploración clásica, y a aquellos aventureros cuya pasión por descubrir no tenía límites ni fronteras.
Una vez que cumplimos con nuestro objetivo deportivo y a pocos días de tener que regresar, decidimos cambiar de rumbo. Personalmente, me apetecía mucho alimentar esa otra parte de mí, que tiene que ver más con la inquietud por explorar los espacios salvajes y la naturaleza en general, y con el conocimiento geográfico en particular.
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Empezamos visitando Grytviken, antiguo puerto ballenero y factoría. Allí, durante sesenta años, concretamente desde 1904 hasta 1964, más de 54.000 cetáceos fueron sacrificados, descuartizados y procesados en aceites y otros derivados Hoy apenas quedan en pie una decena de construcciones, entre las que destacan: la iglesia fundada en 1913, el museo, la oficina de correos y las dependencias de la actual sede del Gobierno, con una base científica en funcionamiento. En los aledaños de estos edificios, queda multitud de chatarra oxidada, enormes moles de hojalata que sirvieron como depósitos, barcos abandonados, arpones desparramados por la playa y un sinfín de artilugios que son el testimonio de una época reciente en la que se devastó estos mares y se llevó al borde de la extinción a varias especies de ballena, aún en fase de recuperación.
El museo es pequeño y humilde pero suficiente para conocer la historia del lugar y de sus personajes más importantes. Me llamó la atención la fotografía de un cazador que ostentaba el escalofriante récord de 6.000 ejemplares de ballena capturados. Por suerte, en las Georgias del Sur se ha llegado a tiempo y hoy es un santuario para la biodiversidad austral, pero no dejo de pensar en la capacidad destructora que podemos llegar a tener.
En Grytviken se pueden ver algunos animales, como el elefante marino (Mirounga leonina), llamado así por la pequeña trompa que tienen los machos adultos. En primavera las hembras varan en las playas para parir y a ellos les toca cuidar del harem. Estrechamente territoriales y celosos de otros machos solitarios, y a pesar de las tres toneladas de peso, sorprende ver la agilidad con la que se mueven cuando algún competidor se acerca. En su mayoría están llenos de cicatrices que recuerdan las violentas contiendas que tienen para mantener el liderazgo del grupo. También se pueden ver focas de dos pelos, o lobos marinos, fáciles de identificar por ser las únicas cuadrúpedas y por sus pequeñas orejitas. A pesar de su apariencia afable, también marcan su territorio y si te cercas demasiado te intentan morder. La norma general aquí es no aproximarte a menos de cinco metros de cualquier animal, tanto por nuestra seguridad como por garantizar su
tranquilidad.
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Quizás la visita más conmovedora en Grytviken fue al pequeño cementerio que hay a las afueras. Allí fue enterado Sir Ernest Shackleton en 1922 (estamos en el centenario), por expreso deseo de su esposa. Había fondeado en la bahía para reponer agua y aceite, camino al que hubiera sido su cuarto viaje a la Antártida, cuando una dolencia coronaria derivó en infarto y, casualidades de la vida, falleció en la tierra en que tantas pasiones vivió. Sus restos mortales se llevaron hasta Montevideo para recibir las honras fúnebres. La intención de sus hombres era trasladar luego su cadáver hasta su Irlanda natal. Pero su esposa decidió lo contrario y desde Uruguay fue llevado de nuevo a las Georgias, para enterrarle en el lugar donde más feliz había sido.
Años más tarde falleció Frank Wild, su segundo de abordo y su siempre leal compañero de aventuras. Wild vivió veinte años más en Sudáfrica y allí falleció en el olvido. Poco tiempo después su familia decidió trasladar las cenizas junto a Shackleton en Grytviken; en su epitafio se puede leer: “la mano derecha de Shackleton”. Hoy descansan juntos en su último y eterno viaje.
Al día siguiente nos pusimos en marcha con la ilusión de ver el Pingüino Rey (Aptenodytes patagonicus) y navegamos hasta la Bahía de St. Andrews. En esta playa se encuentra la mayor colonia del mundo, con más de 250.000 parejas reproductoras. Por su estética, colorido y carácter, está entre los animales que más me han hechizado. Sus depredadores naturales son fundamentalmente focas y orcas, por lo que en tierra se muestran confiados. Disfruté mucho observando su compartimiento: prefieren estar con las patas más en el hielo que en la tierra y se mueven en pequeños grupos, pero cuando el viento azota se apiñan en multitud creando su propia barrera natural. Son curiosos por naturaleza y si te quedas quieto un rato se te acercan para ser tú el observado. Ver la fauna salvaje en sus santuarios es un regalo único que debería ser obligatorio para que entendamos la importancia de conservar, cuidar y hasta mimar nuestro patrimonio natural.
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El Glaciar Cook es uno de los más extensos de las Georgias y hasta hace treinta años llegaba directamente al mar, mientras que ahora dista casi 500 metros de la playa de St. Andrews. El cambio climático aquí también es palpable y tiene sus consecuencias para la vida salvaje.
Pasamos la mañana recreándolos en este singular rincón, con una densidad de pingüinos sobrecogedora y luego pusimos rumbo a Cobblers Cove más al norte, con la intención de ver una pequeña colonia de Pingüino Macaroni (Eudyptes chrysolophus). Sin embargo no tuvimos suerte, encontramos la pingüinera pero no a ellos. Luego pude leer que en esta época del año permanecen mucho tiempo en el océano, alimentándose del preciado krill (una especie de camarón).
Parece ser que el krill abundaba en el interior de las bahías, pero desde que se descubrió que es una gran fuente de Omega 3 se ha producido una pesca abusiva y este importante recurso ha ido disminuyendo paulatinamente. Me pregunto si no sería más sostenible que hiciéramos más deporte para bajar los índices de colesterol, en vez de esquilmar el alimento más preciado de la fauna austral, pues la población de ballenas no aumenta como cabría esperar por el mismo motivo. Antes ellas eran el objetivo a capturar, ahora es su principal alimento, sea como sea, su cadena trófica no descansa.
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De regreso de la pingüinera tuve un encuentro inesperado con una pareja de Petrel gigante (Macronectes giganteus), que se asomó detrás de un tussacs, especie vegetal que sirve como abrigo y lugar de nidificación a la avifauna local.
Al día siguiente nos dirigimos a Mayviken con la intención de visitar una colonia de Pingüino Gentoo (Pygoscelis papua), algo más pequeño y tímido que el Pingüino Rey. En este caso si tuvimos suerte y pudimos ver una pequeña población de unos 200 ejemplares.
El 20 de octubre giré 180 grados mi brújula para comenzar el viaje de regreso a casa, a mi otro mundo, a la rutina diaria de la vida confortable. Me apetece, pues después de un largo e intenso viaje se me hace necesario recuperar el sosiego, calmar el alma y darle una tregua al cuerpo.
A medida que cumplo años, pienso con más frecuencia en si esta será la última o la penúltima gran expedición, pues quizás se me agoten las ganas de viajar. Pero lo cierto es que no sé vivir solamente en el confort del hogar, entre otras cosas porque creo que el mundo es un lugar maravilloso y enorme por descubrir y en el que jugar, y básicamente porque me aburre lo fácil. Por eso sigo manteniendo intacta la pasión por conocer un lugar nuevo para mí, por hacer de nuevo la mochila y por compartir una nueva aventura.
Una vez más quiero agradecer a quienes han hecho posible que la “Expedición Tras los pasos de Shackleton” haya sido una realidad, y hayamos cumplido con buena parte de nuestros objetivos. A todos los que con entusiasmo y ánimos nos han estado siguiendo, apoyando, escribiendo y de alguna manera viviendo esta aventura. Y especialmente gracias a Fundación Cajacanarias, Deporte Lagunero, Excmo. Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna, Consejería de Educación del Gobierno de Canarias y Parlamento de Canarias por facilitarme el camino hasta aquí con su inestimable ayuda.
Salud, amistad y naturaleza.
Juan Diego Amador
8ª Crónica – Ypaque II – Expedición Georgias del Sur

8ª Crónica – Ypaque II – Expedición Georgias del Sur

Ypaque II, Georgias del Sur. Viernes 21 de octubre de 2022.
¡Lo hemos conseguido!
El fin del huracán y la llegada a Bahía de la Fortuna.
Parecía que iba a ser una tarea fácil: tan solo 35 kilómetros, con una altitud máxima de 600m. Pero una serie de borrascas desprendidas del sistema antártico nos han azotado durante las últimas tres semanas. Así que lo que iba a ser tres días y dos noches de travesía, se han convertido en una semana bajo el temporal.
La mayoría de los días hemos estado atrincherados, unos salvando la vida y otros ganando metros a la ruta, luchando contra el viendo y las bajas temperaturas extremas. En estas condiciones, hemos sido cinco intrusos indefensos en un mundo de hielo y piedra, donde nuestras vidas han dependido del rigor de fuerzas elementales sombrías que se burlaban de nuestros pequeños esfuerzos por atravesar Georgias del Sur. Pero hemos sabido poner en práctica la adaptabilidad, que más que ningún otro rasgo es esencial para la vida en situaciones extremas.
Hace dos días, como cada mañana durante las últimas siete jornadas y con la esperanza de tener buenas noticias, lo primero que hice fue comunicarme con los compañeros del barco. Ezequiel me confirmó que se esperaba una pequeña mejoría para los siguientes dos o tres días y luego de nuevo una borrasca.
Así que después de valorar la meteorología, las condiciones anímicas y físicas de mis compañeros y las condiciones del terreno que teníamos por delante, decidí esperar un día más para confirmar la mejoría y luego lanzarnos lo más rápido posible a recorrer los siguientes diecisiete kilómetros de glaciares que nos separaban de Breakingwind Ridge, el último paso camino a Bahía Fortuna. A partir de ahí, el resto de la ruta sería un paseo.
Aún en la oscuridad de la madrugada, plegamos las tiendas y abandonamos nuestra última cueva de hielo. Con las primeras luces del amanecer nos adentramos en el Campo de Hielo Nineteen-Sixteen. En nuestras miradas se podía leer el temor a que la previsión nos jugará otra vez una mala pasada.
Durante los siguientes seis kilómetros la tensión fue palpable, el aire se podía casi cortar, no solo por el intenso frío, sino por el silencio con el que progresábamos. Cada uno en sus pensamientos, pero todos con un objetivo común: salir de aquel infierno blanco en que se había convertido nuestra ruta. En las dieciocho horas que tardamos en completar la etapa apenas hice algunas fotografías y grabé unos pocos vídeos. A pesar de que el paisaje invitaba a parar, sabía que no podíamos entretenernos.
Una parada breve, un trago de agua, un par de tomas y a seguir, esta fue nuestra secuencia durante la jornada. A medio día nos adentramos en el Glaciar Fortuna, el último por cruzar. A los pocos minutos la nube se abrió tímidamente y pude ver a lo lejos el Breakingwind Gap, collado natural que da paso a Bahía Fortuna. De nuevo la nube nos envolvió y tocó volver a la navegación con GPS. Bajé la cabeza, tracé un rumbo y marqué un ritmo. Cada pocos minutos miraba hacia atrás para comprobar que todos me seguían.
Pasadas unas horas de trayecto la pendiente empezó a aumentar repentinamente; nos acercábamos al cinturón rocoso, a la barrera natural que separaba los glaciares de nuestra salvación. Cuando Shackleton llegó a este punto le sorprendió la altura de la ladera sur de Breakingwind y se asustó. Pero escuchó a lo lejos el ruido de la estación ballenera y obnubilado por el primer sonido de civilización que había escuchado en los últimos tres años, se dejó arrastrar por la emoción, cayendo ladera abajo rodando hasta parar cuando la pendiente disminuyó. Una vez más Shackleton volvió a nacer. Durante la caída había perdido varios objetos vitales, entre los que estaba una pequeña estufa Primus, que aún hoy sigue sin aparecer.
Nos costó casi una hora más llegar hasta Breakingwind y arrastrar hasta ahí los packraft. Desde ahí deberíamos divisar Bahía Fortuna, pero no fue así, una vez arriba encontramos la misma niebla que nos venía acompañando.
Llamé al barco y acordamos unas coordenadas para el punto de encuentro y nos dispusimos a bajar con extremada precaución. La niebla me impedía tener suficiente visibilidad como para calcular la inclinación de la pendiente. Así que bajamos unos largos con ayuda de la cuerda.
A escasos dos kilómetros de la playa me acordé de la Cascada de Shackleton. Él y sus dos compañeros estaban ya muy cerca de la costa cuando decidieron bajar por un barranco que parecía conducirles directamente hasta el mar. Sin embargo, les esperaba un último obstáculo que superar, destrepar una cascada de agua helada. Me acordé de su relato cuando apenas quedaba algo de luz natural, mal momento para dudar sobre el itinerario. Dejé mis packraft con los compañeros para moverme más rápido, me subí a una loma y pude ver hacia el sur una pequeña lengua glaciar sin apenas grietas que bajaba directa hasta la bahía. Regresé con mis compañeros y juntos emprendimos la marcha. Cruzamos un par de barranqueras y por fin llegamos al glaciar.
Al poco, Riccardo me gritó; Juanma había caído en una grieta, hundiéndose hasta la cintura. Por suerte quedó en un susto. Estos pequeños incidentes nos fueron retrasando y lamentablemente la noche se hizo con nosotros. Progresábamos muy lentos, adivinando el camino y cuidando cada paso para no caer rodando por los acantilados.
Cuando ya estábamos a punto de abandonar el glaciar me encontré con un nuevo resalte de en torno a 20m. Pensé en destreparlo, pero ya era de noche cerrada, estábamos exhaustos, empapados y muy cargados. Así que volví a montar la cuarta reunión del día, descolgué a Domingo, le pasé todo el material y bajaron los demás. Luego destrepé con mucho cuidado y continuamos todos juntos.
Minutos más tarde pisábamos hierba por primera vez después de una semana. Los sonidos de focas y pingüinos se empezaron a intensificar y el fuerte olor a estiércol inundó nuestra pituitaria, totalmente insensibilizada por los días de estancia en el hielo. Ignacio se adelantó y de repente lo escuché decir: ¡chicos estamos en la playa!
Me resulta curioso que después de todo lo que habíamos pasado lo primero que me vino a la cabeza al escucharle fue pensar que las dificultades son sólo cosas que hay que superar.
Llegamos a la playa lloviendo, pisando estiércol, humedecidos hasta el tuétano, en una oscuridad absoluta. Sin duda estábamos en uno de los lugares más inhóspitos y desoladores que he conocido, pero bajábamos de un terreno más extremo aún. Así que estar de nuevo junto al mar fue como llegar a la mejor playa del Caribe.
Decidimos acampar y subir al barco al día siguiente, pues de noche, con oleaje y con el agua del mar a 2ºC hubiera sido muy arriesgado salir con la embarcación inflable. Descansamos unas horas y con las primeras luces llegó Santi con la pequeña lancha. La alegría fue inmensa, abrazos, palmadas y alguna lágrima; emocionados navegamos hasta el Ypaque II. Algunas olas nos mojaron con un agua helada, pero ya todo era de nuevo fiesta y diversión. Subir al barco fue como llegar a casa; esos pequeños dieciocho metros que un mes antes me parecieron una cáscara de nuez, se convirtieron en el mejor de los hogares en el que recibir cobijo. Ropa seca, sopa caliente y me retiré a descansar.
Antes de dormirme, reflexioné sobre lo maltrechos que terminamos esta travesía Shackleton y lo a punto que estuvimos de no volver. Pero también me sentí satisfecho por gestionar los problemas derivados de algo inevitable, el mal tiempo. Sin duda la perseverancia y la voluntad de vivir de todos nos han abierto el camino para salir de aquel frío infierno.
Vine con unas grandes expectativas, hacer la ruta Shackleton, ascender al Paget y recorrer las principales bahías de la costa este de Georgias del Sur. Sin embargo una vez más la montaña ha marcado sus pautas y las he sabido escuchar, respetando sus ritmos, armándome de paciencia y leyendo entre líneas cada uno de los mensajes. Así que aunque no haya cumplido con todos los propósitos, si lo he hecho con la mayoría, y sobre todo, con el más importante, regresar ilesos y más amigos que antes. Por eso hoy termino este día con sensaciones que solo producen las grandes aventuras, esa íntima sensación de plenitud que da el saber que hice lo que tenía que hacer.
Luego cerré los ojos y me arropé en el calor del recuerdo de mis seres queridos; vino a mi memoria el recuerdo de mis padres, agradeciéndoles en cualquier lugar del cielo que se encuentren que hace veinte años me regalaran mi primer libro de Sir Ernest Shackleton. Con ese gesto sembraron la semilla que estos días ha dado como fruto uno de los viajes más extraordinarios que he podido realizar.
Dedicaré los últimos días a visitar algunas de las colonias de pingüinos, focas y elefantes marinos de las Islas Georgias; a conocer la cara amable de este Serengueti del Sur. Pero no me quito de la cabeza lo cerca que está de mí el extremo del eje sobre el que gira esta gran bola redonda llamada Tierra. Estoy plenamente convencido de que somos una especie exploradora de la que algunos ejemplares tenemos este gen sobredimensionado, pues solo así puedo entender que después de lo vivido, mi brújula interior marque rumbo más al sur, hacia lo desconocido.
Gracias, mil gracias a TrangoWorld, al Gobierno de Canarias, a la Fundación Cajacanarias, a Deporte Lagunero y al Ypaque II, Georgias del Sur. Viernes Juan Diego Amador.
7ª.6 Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

7ª.6 Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

Atlántico Sur – Islas Georgias, martes 17 de octubre.
Campamento Fortaleza (54º 09’ 40’’S. – 37º 04’ 50’’O.) y Campamento Esperanza 54º 09’ 30’’ S. – 37º 02’ 25’’O.)
Crónica 7, Sobre hielo (6 de 6)
Advertí a mis compañeros de que definitivamente cambiábamos de plan. Algunos caminando y otros medio arrastrándose, pudimos llegar a un pequeño montículo que nos sirvió de resguardo. Sobre la marcha, casi instintivamente, saqué la pala y me puse a excavar en el hielo. Una hora más tarde teníamos una cueva y con ayuda de los compañeros, un muro con los bloques de hielo que le iba pasando. Por suerte, Ignacio también tiene bastante experiencia y nos coordinamos perfectamente para ser eficientes. En este tipo de situaciones el equilibrio entre seguridad y velocidad es fundamental. Domingo, Juanma y Ricardo, menos experimentados, dieron todo de sí para colaborar con nosotros. Me sorprende sentir cómo en este tipo de situaciones la empatía mejora significativamente, pues la confianza sólo se gana poniéndose en la piel de los demás.
Una vez atrincherados consulté mi GPS y sólo habíamos avanzado dos kilómetros en tres horas. Me siento atrapado en este infierno blanco pero sé que no debemos tomar decisiones equivocadas ni precipitadas. Ahora lo mejor es volver a templar los nervios, recomponernos y reparar el equipo dañado. Me voy al saco de dormir agotado físicamente, mental y emocionalmente, recordando una de las célebres frases de Shackleton, cuando escribió que: “ninguna persona que no haya transitado por aquellas soledades desoladas y hoscas, comprenderá completamente lo que los árboles y las flores, el césped salpicado de sol y los arroyos que corren significan para el alma de un hombre” .
Hoy nuestro grado de compromiso y exposición han sido absolutos, ahora toca esperar por una nueva oportunidad. Buenos noches desde Campamento Esperanza.
Un abrazo,
Juan Diego Amador.
7ª.5 Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

7ª.5 Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

Atlántico Sur – Islas Georgias, martes 17 de octubre.
Campamento Fortaleza (54º 09’ 40’’S. – 37º 04’ 50’’O.) y Campamento Esperanza 54º 09’ 30’’ S. – 37º 02’ 25’’O.)
Crónica 7, Sobre hielo (5 de 6)
Levantaba mi packraft y le daba vueltas en el aire caprichosamente para dejarlo caer. Al mismo tiempo, como si no le fuera poco impedirnos progresar y arrastrarnos por el hielo, cayendo aquí y allá, pude ver a Juanma salir despedido un par de metros. Sentí más miedo aún, o algo peor, pánico, de ese que te paraliza, sobre todo porque nos estábamos acercando poco a poco a que ocurriera una tragedia.
Muy a nuestro pesar estábamos indefensos, jugando a la ruleta rusa y en unas condiciones con las que podíamos lesionarnos fácilmente. Ver a mi amigo Juanma tan indefenso y expuesto, me conmocionó, hasta tal punto que saqué todo el coraje necesario y les dije que de allí íbamos a salir sí o sí.
Teníamos que salir de aquel infierno lo antes posible. Una nueva racha le abrió a Ricardo la mochila y algunas de sus cosas salieron volando. Pasados unos minutos nos fuimos incorporando poco a poco y en cuanto nos recompusimos seguimos andando. De repente escuché de nuevo el aullido del viento contras las cumbres cercanas y no tuve tiempo a reaccionar. En un instante me sentí suspendido en el aire, había perdido un bastón y el viento me había arrancado las gafas de ventisca de la cara. Ahora sí que estaba en situación crítica; yo sin gafas de protección, vientos huracanados y el grupo dependiendo de mí.
Juan Diego Amador
7ª.4 Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

7ª.4 Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

Atlántico Sur – Islas Georgias, martes 17 de octubre.
Campamento Fortaleza (54º 09’ 40’’S. – 37º 04’ 50’’O.) y Campamento Esperanza 54º 09’ 30’’ S. – 37º 02’ 25’’O.)
Crónica 7, Sobre hielo (4 de 6)
A este viaje vinimos un grupo de compañeros montañeros, pero por cuestiones que ahora no vienen a cuento, soy el que más experiencia tiene y aunque no vengo trabajando como guía de montaña, me ha tocado liderar. Después de muchos años de expediciones y dando formación, estas han sido las peores condiciones en las que me he tenido que cuidar a un grupo y gestionar responsablemente una situación de mucho riesgo y exposición. Un líder es alguien en que los demás depositan su confianza, y en este caso sus vidas, que es nuestro tesoro más preciado. En estas circunstancias, aunque también tengo miedo y el corazón encogido, me toca tirar el grupo y seguir adelante.
Luego vinieron tres de las horas más amargas que he vivido en montaña. A los quince minutos de empezar a andar, con todo recogido, el maldito viento hizo presencia de nuevo. Primero una ligera brisa que a los pocos minutos se convirtieron en rachas de entorno a 50km/h. En ese momento valoré la posibilidad de volver al agujero, pero sabía que debíamos seguir ganando terreno a la ruta para salir de esa ratonera lo antes posible. En el mapa había visto un resalte rocoso en torno a tres kilómetros hacia el este.
Las rachas eran tan intensas que no podíamos caminar erguidos. Nos doblábamos sobre nosotros mismos para ofrecer la mejor resistencia posible al viento. Cuando la racha era muy fuerte nos poníamos de rodillas e incluso a cuatro patas. En pocos minutos el viento empezó a divertirse con nosotros, como si fuéramos muñecos de trapo con los que jugar a su antojo. Rápidamente comprendí que estábamos en un huracán, vientos capaces de levantar a una persona el aire, lo que supone velocidades en torno a 120-140km/h.
Juan Diego Amador.
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