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La masificación de la montaña se está convirtiendo en un problema de dimensiones desconocidas en los últimos años.

A las siete y cincuenta de la mañana había una treintena de alpinistas frente de las puertas del teleférico. Nos mirábamos de reojo saludando amablemente los rostros conocidos y maldiciendo entre dientes, pues cada cordada tenía el aspecto de ir a la misma ruta. La masificación de la montaña se está convirtiendo en un problema de dimensiones desconocidas en los últimos años. Desde los extremos de la ruta normal del Mont Blanc y los intentos de regulación por parte de las autoridades hasta las colas de cincuenta personas que se llegan a producir en rutas cercanas a los remontes mecánicos como la arista de Cósmicos en la Aguja de Midi, la muchedumbre marcha hacia las cumbres.

Íbamos a escalar una ruta llamada Más allá del bien y del mal ascendida por primera vez en 1992 por dos alpinistas que imaginaron el futuro de la escalada alpina: el artista británico afincado en Chamonix, Andy Parkin, y el americano Mark Twight. Su ascensión vaticinó lo que iba a ocurrir veinte años después: la imposición del mixto como una disciplina dentro del repertorio alpino, la normalización de la escalada sobre roca con crampones y piolets y la escasez de hielo debido al cambio climático.

“Más allá del bien y del mal” fue una obra publicada por el filósofo Friedrich Nietszche en la que describe el mundo como una ilusión en la que los hombres viven prisioneros de códigos morales que determinan su comportamiento y que nada tienen que ver con la realidad de cada ser humano. Nietszche, que ya había acabado con Dios, acaba en este libro con la universalidad de la moral e introduce una moral individual y personalista que de alguna manera ha marcado el destino de la modernidad.

“Sin darnos cuenta hemos pasado de ser alpinistas a ser consumidores.”

Parkin, el promotor de la ruta, expresó una conciencia propia y novedosa de las reglas del juego alpino. Escalar los efímeros trazos de hielo que se pegaban en los muros verticales de las paredes del macizo del Mont Blanc se había convertido en una cuestión estacional donde la técnica era superada por el oportunismo y la creatividad. No en vano Andy Parkin era ya un pintor y escultor de gran talento cuando imaginó estas ascensiones. Más allá del bien y del mal se convirtió rápidamente en la escalada de dificultad de referencia, dotada de una aureola mítica que devolvió un poco de poesía al alpinismo mecanicista desarrollado en los años ochenta.

Yo había realizado una de las primeras ascensiones de esta vía en 1997 con mi mentor Jose Luis Zuluaga “Zulu”, uno de los primeros guías de montaña españoles en asentarse en Chamonix. Yo tenía veintidós años y había llegado con la intención de completar mi currículum para ser guía de montaña y desarrollarme en el terreno glaciar. Zulu era un alpinista experimentado, entrado en la cuarentena, y entendió rápidamente que había que dirigir mi entusiasmo y calmar mi obsesión. Juntos escalamos durante ese invierno algunas rutas señeras de esa nueva manera de entender el alpinismo, buscando las dificultades técnicas y el placer estético y no necesariamente alcanzando la cumbre. Durante los años ochenta el deporte suplantó a la épica y en los noventa fue la estética la que desplazó a las ascensiones en cadena.

Al salir del teleférico los primeros rayos de sol iluminaban la cumbre de la Aguja de Midi. La traza, que desde la estación intermedia arran-
caba hacia la Aguja de Les Pèlerins, estaba tan claramente marcada en la nieve que parecía una carretera. La proliferación de medios de comunicación donde compartir las condiciones de las rutas es uno de los factores principales de la masificación. Cuando una ruta es escalada en buenas condiciones y su ascensión se publica en las redes sociales o en un grupo de Whatsapp la multitud está asegurada. Una cordada se preparaba al inicio del carril y otra avanzaba rápidamente deslizando sus esquís sobre la superficie helada. Ayer, le recordé a mi compañero, hubo cinco cordadas. Ponte el dorsal y confiemos en que esos tipos escalen tan rápido como esquían, le dije bromeando. El hielo es efímero, un signo de pretéritos tiempos glaciares. El hielo es tan residual que se ha convertido en un objeto de consumo, como el oro o el petróleo. Sin darnos cuenta hemos pasado de ser alpinistas a ser consumidores. Lo atestiguan las colas en la base de las vías como en el lanzamiento de un nuevo modelo de I-phone.

Fuente: Revista Oxígeno (escucha el Podcast con la entrevista a Alpinista Lina Quesada)

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