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Del conocimiento o reconocimiento del medio por el que va ha realizar su actividad el montañero obtendrá la información necesaria de los peligros a los que se deberá enfrentar. Es por ello que siempre deberá estudiar y planificar su ruta o recorrido teniendo siempre en cuenta factores reales como por qué tipo de terreno se va a transitar, dificultad del mismo, cómo lo va a encontrar dependiendo de la climatología prevista y si está preparado físicamente, psicológicamente y materialmente para superarlo.

En nuestra actividad, los peligros con los que nos podemos encontrar están siempre divididos en dos categorías: peligros objetivos y peligros subjetivos.

Los peligros objetivos: son aquellos que proceden de los procesos y fenómenos de la propia naturaleza. Todo el mundo ha oído hablar de ellos, pero no para todos son evidentes y mucho menos fáciles de reconocer y prever. Dentro de estos peligros encontramos desprendimientos de roca, aludes de nieve, tormentas, cambios bruscos en las condiciones meteorológicas, la lluvia, la niebla, los desprendimientos de rocas, el sol, el calor, el viento, etc. Un montañero preocupado por su seguridad debería estudiarlos y conocerlos en profundidad. Son peligros que nosotros no podemos evitar que ocurran, pero todo montañero debería aprender a reconocer los lugares y momentos potencialmente peligrosos para tratar de no estar allí cuando se desencadenen.

Los peligros subjetivos: son de naturaleza totalmente diferente puesto que sí los podemos controlar ya que dependen, para que se produzcan, de nosotros mismos. Un peligro subjetivo puede hacer exponernos a otro u otros peligros objetivos. Entramos en contacto con un peligro subjetivo cuando no realizamos una buena planificación de la ruta o salimos sin planificación alguna lo que nos llevará a no conocer qué equipo y material nos puede hacer falta, qué condiciones vamos a encontrar y/o si estamos preparados física y psicológicamente. Este desconocimiento puede llevarnos a sufrir, sin saberlo, uno o varios peligros objetivos.

Las virtudes de un buen montañero deben ser siempre la sensatez y humildad, teniendo siempre autocontrol sobre la actividad que estemos desarrollando y conociendo y reconociendo nuestras propias limitaciones y las de nuestros compañeros, tanto físicas como técnicas y psicológicas. Nunca debemos menospreciar una montaña, ésta es siempre superior a nosotros, por inocente que parezca su aspecto y/o altitud.

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