El país norteamericano señala como factor de riesgo a los montañeros itinerantes que viven en furgonetas
Puede que cuando pasen los Juegos de Tokio, la escalada sea contemplada como un deporte más, si es que no lo es ya. Pero esta novedad no será bien recibida por todos aquellos que creen firmemente que escalar es una forma de vida, un compromiso con una pasión que siempre ha movido a una parte de sus actores hacia posiciones extremas. Vivir por y para escalar es una opción tan radical como difícil de encontrar en el resto de actividades deportivas. La escalada tradicional siempre se ha desarrollado en escenarios naturales, grandes o pequeñas paredes, espacios abiertos donde se mezcla el placer del reto con una evidente comunión con el entorno, libre de cemento, asfalto o aglomeraciones. Y los hay que no desean otra cosa en sus vidas. Y son consecuentes con ese deseo. A estos últimos se les reconoce fácilmente, especialmente en Estados Unidos, donde sobreviven como una casta admirada por la comunidad de escaladores: son los dirtbags.
Una de las acepciones de este adjetivo es sucio, lo que en España podría definirse como tirado, sin que llegue a la categoría de sin techo. Pero en Norteamérica el término se aplica desde hace décadas a aquellos escaladores que lo dejan todo para escalar: nada de empleos comunes, o de empleos, a secas, y adiós a todas las normas sociales que nos empujan a ser como todo el mundo. El protagonista de Trainspotting ya lo dejó bien claro: nada de elegir, coche, casa, tele grande… eligió “no elegir nada”. Hoy en día, la mayoría de estos tirados viven en sus furgonetas, carecen de hogar fijo y peregrinan de una costa a la otra, en función de la temporada, recorriendo los mejores escenarios de escalada del país: Red River Gorge, Indian Creek, Joshua Tree, Red Rock, Yosemite, Eldorado Canyon, Smith Rock, The Neeedles… Ahora, de golpe, el coronavirus los ha dejado en tierra de nadie. Cuando todos los estamentos imaginables repiten el mantra de “quédate en casa”, ¿dónde aparca su furgoneta el que vive en un vehículo o pasa su vida viajando de un lado a otro? De pronto, los dirtbags ya no son bien recibidos. Su carácter itinerante es, ahora mismo, la mayor amenaza imaginable.
Muchos teletrabajan y solo necesitan un enchufe para su ordenador. Otros realizan trabajos de temporada. Y algunos son jóvenes brillantes como lo es hoy la superestrella Alex Honnold, quien antes de tener su casa vivía en su furgoneta que sigue siendo su techo muchos meses al año.
Ningún dirtbag tan longevo, sin embargo, como Fred Beckey, casi siete décadas de su vida dedicadas a escalar. Y nada más. O mucho más. Él solo inspiró a todos aquellos que estos días no saben hacia donde dirigir sus pasos, dónde buscar un parking donde no se les trate como apestados, como si fuesen ellos los que introdujeron el virus en el país. Este tipo de escaladores nómadas defienden que su casa es allí donde se detienen a pasar unas semanas. No tienen una casa, pero sí muchos hogares y saben que al renunciar a un estilo de vida clásico se colocan en una posición de peligro. Brittany Goris trabaja para una compañía de Seattle, dispone de un lugar físico donde recoger su correo pero vive en una furgoneta. No tiene casa, aunque podría ir a la de sus padres, pero como explicaba a la revista Climbing, “tienen más de 60 años y el riesgo en caso de contagio es alto, así que no es una opción”. La estampa romántica de los dirtbags choca, una vez más, con el individualismo, cuando no directamente el egoísmo: los mismos escaladores locales que tratan de proteger sus áreas de escalada no ven ahora razones para proteger a otros deportistas asiduos de estas mismas zonas. Ya se sabe que todo el mundo es culpable hasta que se demuestre lo contrario.