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7ª.3 Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

7ª.3 Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

Atlántico Sur – Islas Georgias, martes 17 de octubre.
Campamento Fortaleza (54º 09’ 40’’S. – 37º 04’ 50’’O.) y Campamento Esperanza 54º 09’ 30’’ S. – 37º 02’ 25’’O.)
Crónica 7, Sobre hielo (3 de 6)
Hace muchos años tuve la suerte de realizar una travesía en el Hielo Patagónico Norte. De aquella experiencia salí mal parado y literalmente volví a nacer. Cometimos muchos errores, pero también algunos aciertos, de hecho salimos con vida. Pero sobre todo aprendí mucho, entre otras cosas a anticiparme a lo que puede pasar cuando el mal tiempo es tan feroz que no te va a dejar trabajar. Desde entonces, cuando estoy en este tipo de territorios y con estas condiciones de hielo, suelo hacer cueva de hielo a modo de trinchera.
Sin duda fue un día desolador; aún estamos aproximadamente a mitad de ruta y el tiempo parece no concedernos una tregua para terminar la ruta, o mejor dicho, no nos lo empieza a poner fácil para salir de aquí.
Lo que más me preocupa es que las tiendas no resistan los constantes cambios de velocidad y dirección del viento. Para ayudarlas, cada vez que viene una racha contrarrestábamos los tirones con la presión de nuestras manos y espaldas. Por suerte el día pasó, comunicamos con el barco y nos confirmó que para el domingo 16 el tiempo iba a ser mejor.
De nuevo dejamos todo listo para salir en caso de que se confirmara la bonanza. A las 4:30h. empezó a aclarar, no soplaba absolutamente nada de viento y pude ver algunas montañas que no sabía que existían, así que con esas condiciones de estabilidad y visibilidad teníamos que ponernos en marcha. Desperté a mis compañeros y en una hora teníamos todo preparado para continuar con la marcha. Lo que viene después es el caos, ese tipo de situaciones totalmente descontroladas donde poco puedes hacer más que apretar los dientes y tirar.
Juan Diego Amador.
7ª.2 Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

7ª.2 Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

Atlántico Sur – Islas Georgias, martes 17 de octubre.
Campamento Fortaleza (54º 09’ 40’’S. – 37º 04’ 50’’O.) y Campamento Esperanza 54º 09’ 30’’ S. – 37º 02’ 25’’O.)
Crónica 7, Sobre hielo (2 de 6)
Lo cierto es que aquí los factores locales como las masas de hielo, la dirección de los valles, la entrada del mar en los fiordos y las montañas son determinantes, modificando las tendencias generales de la atmósfera de forma abrumadora. Estas condiciones obligan a tener en cuenta un totum revolutum de factores locales y generales que crean una serie de microclimas imposibles de predecir con exactitud. Así que, aunque nos guiamos por las tendencias, soy consciente del peligro que supone tomar decisiones sin saber qué pasará exactamente sobre nuestras cabezas.
Aún así, animados por la jornada soleada, nos retiramos a los sacos de dormir con todo preparado para continuar la travesía al día siguiente. Sin embargo, la madrugada del sábado 15, sobre las 5:00 h. de la madrugada, una fuerte racha de viento sacudió la tienda como a un pelele. Sobre la marcha salí del saco, me puse chaqueta y pantalón, y saqué la cuerda. Al mismo tiempo que fijaba la tienda a cuatro puntos de anclaje con los piolets, mi compañero Ignacio siguió trabajado en el muro de contención que habíamos hecho para la primera noche. Luego, entre los dos excabamos un profundo hueco en la nieve y le pusimos los trineos como techo. El viento siguió aumentando hasta tal punto que apenas podíamos escucharnos en el interior de la tienda que ondeaba como cualquier bandera; apenas una fina membrana nos separaba de uno de los peores tiempos que he visto en montaña.
Juan Diego Amador.
7ª Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

7ª Crónica – Sobre el hielo – Expedición Georgias del Sur

Atlántico Sur – Islas Georgias, martes 18 de octubre.
Campamento Fortaleza (54º 09’ 40’’S. – 37º 04’ 50’’O.) y Campamento Esperanza 54º 09’ 30’’ S. – 37º 02’ 25’’O.)
Crónica 7, Sobre hielo (1 de 6)
Hace dos días, poco antes del atardecer, llegamos al borde noroeste del Glaciar Compass. Sobre nuestras cabezas el Tridente, con montañas que superan los 1.300m. de altitud y que fueron la primera gran barrera natural que encontró Shackleton en su búsqueda de salida hacia el sureste, en una época en la que el interior de la isla continuaba sin cartografiar.
Decidimos instalar nuestro nuevo campamento allí por varios motivos. En primer lugar nos separamos suficientemente de la gran barrera para evitar ser alcanzados por posibles aludes. Pero además, los siguientes quince kilómetros nos adentraríamos en una enorme planicie helada, tremendamente expuesta a los vientos dominantes del oeste. Así que decidimos parar antes y esperar hasta el día siguiente que en principio sería de mal tiempo y luego habría una pequeña mejoría.
Para mi sorpresa, no fue así, al día siguiente el tiempo mejoró de manera repentina. El sol lució durante buena parte de la mañana y las cumbres nevadas brillaron sobre las nubes del valle. A medio día el cielo se abrió tanto que nos permitió poner a secar algunas prendas, maltrechas por la ventisca de aguanieve de las jornadas anteriores. Incluso a media tarde pudimos ver de nuevo a lo lejos Antarctic Bay.
Aunque la llegada de esta pequeña bonanza sonaba esperanzadora, al mismo tiempo me llenaba de incertidumbre, pues de momento no se ha cumplido ningún pronóstico meteorológico y me pregunto qué ocurrirá si sucede lo contrario, es decir, si nos llega un pronóstico bueno y cambia repentinamente cuando estemos expuestos.
Juan Diego Amador.
6ª Crónica – Nunatak James, una isla en un desierto de hielo – Expedición Georgias del Sur.

6ª Crónica – Nunatak James, una isla en un desierto de hielo – Expedición Georgias del Sur.

Atlántico Sur – Islas Georgias, viernes 14 de octubre.
Nunatak James, una isla en un desierto de hielo.
Paciencia, sin duda mucha paciencia es la que hemos tenido que tener hasta que por fin nos ha llegado un pronóstico del tiempo relativamente esperanzador. Y digo relativo porque necesitamos al menos tres días para hacer la travesía de Shackleton, y el pronóstico habla de escasas 48 horas de ligera mejoría y luego llegará una nueva borrasca. Así es el clima en el Atlántico sur, extremo y muy difícil de predecir debido a la escasa red de
datos meteorológicos.
La espera de estos días me llevado a reflexionar sobre lo relativo del paso del tiempo, no solo por lo que apremie o no, sino sobre todo por la época que te ha tocado vivir. Hoy, en un mundo donde todo es para ya, puede parecer que estar tres días en un barco esperando el fin de la borrasca, es tirar el tiempo por la borda. Y es entonces cuando me acuerdo del último superviviente de la tragedia del Endurance en 1914, que falleció en 1976, poco tiempo después de la supuesta llegada a la luna. Ese mismo hombre vivió tres años de soledad en los hielos del sur a principios del siglo XIX, cuando el continente antártico comenzaba a explorarse. O el mismísimo Magallanes, que invirtió más de tres años en completar la primera vuelta al mundo justo hace quinientos años. Probablemente para ellos tres días de espera apenas tuvieron importancia; sin duda el tiempo es relativo.
El miércoles 12 de octubre decidimos ponernos en marcha. Preparamos el bote inflable y bajamos todo el equipo hasta la costa. Para nuestra sorpresa, nada más arrancar el motor, apareció una foca leopardo, famosas por su comportamiento agresivo y sus dientes más típicos de un canino que de una foca. Me pregunté si nos estaría persiguiendo por pura casualidad o con otro tipo de intención. Por suerte, antes de llegar a la pequeña
playa donde decidimos desembarcar apareció un gran campo de algas tubulares que nos obligaron a subir el motor y seguir a remo. La foca no hizo mucho esfuerzo en continuar con su juego. Este anecdótico encuentro y las espectaculares vistas de la bahía con el barco fondeado con los témpanos de hielo flotando alrededor me sobrecogió. Pero también me sentí afortunado por poder estar aquí.
Una vez que desembarcamos preparamos rápidamente dos pequeñas pulkas e inflamos los Packraft Mekon para poder portear el material necesario para 6 personas, en una travesía en condiciones antárticas para una semana, y por terreno nevado y pedregoso.
Finalmente, en torno a las 11 de la mañana comenzamos a progresar sobre el glaciar y poco a poco fuimos ganando altitud. Pero cuando solo llevábamos 5 kilómetros recorridos, mi compañero Rafa se empezó a retrasar más de lo debido. Por seguridad decidí esperarlo, pues una densa niebla empezaba a cubrirnos y era mucho mejor no perdernos de vista. Le pregunté si le ocurría algo y me comentó que estaba sintiendo un dolor intenso
en el abdomen que le recordaba a los síntomas de una hernia inguinal que había padecido años atrás. Le recordé que no debía olvidar que estamos en el peor lugar del mundo para tener una urgencia hospitalaria y finalmente, con mucho pesar del suyo y del grupo, decidió regresar al barco. Lo acompañé glaciar abajo hasta avistar la playa y el resto continuamos progresando.
A partir de la cota 450m. la niebla se fue disipando y pudimos disfrutar de una extraordinaria vista sobre Bahía Possesion con el Yyaque II fondeado, que geográficamente hablando es más un fiordo que una bahía, pues una entrada de mar en un terreno previamente erosionado por un enorme glaciar.
Dos horas más tarde y ya en horario de montar la tienda logramos alcanzar el Campo de Hielo Murray, a partir del cual la pendiente disminuye hasta el famoso paso Razorback, uno de los primeros obstáculos que tuvo que rebasar Shackleton a 600m.
Una norma que me auto impongo en este tipo de territorios tan comprometidos es montar la tienda con la luz del día, pues no solo hay que elegir el emplazamiento lo más llano posible, sino que hay hacer muros, coger nieve para hacer agua, y un largo protocolo que además de comodidad nos proporciona seguridad.
Antes de dormirnos me comuniqué con el barco para comprobar que Rafa ya estaba a bordo y con esa tranquilidad me abandoné a los dulces sueños que da un buen saco de dormir cuando fuera hacen -5ºC. La noche fue relativamente tranquila.
Sobre las 6h nos levantamos y continuamos la travesía. Poco después empezó a cerrarse repentinamente el cielo y la presión atmosférica descendió bruscamente. Aun así decidimos continuar, pues tanto en mi mapa como en el gps tenía localizado un emplazamiento seguro, una vez rebasado Razorback, y en el que podríamos atrincherarnos en caso de que se adelantara el nuevo temporal.
Sin embargo la nieve caída los días anteriores nos impedía progresar rápido y hasta las 15h no alcanzamos los 600m. del paso y comenzamos el descenso hacia Glaciar Compas. Desde allí las vistas sobre la Bahía Antártica las vistas son realmente hermosas; el océano se adentra en un paisaje blanco donde varios glaciares rompen sobre el agua.
La bajada de este paso es probablemente la sección más técnica de la ruta. En su diario, Shackleton escribió que llegó aquí extenuado, y que al ver la fuerte pendiente se abandonó a su suerte, dejándose deslizar ladera abajo. Bajar nosotros y todo el equipo nos llevó un par de horas, así que sobre las 17h logramos entrar en la gran planicie helada y nos comunicamos con el barco para conocer la previsión del tiempo. La información que nos dio Ezequiel me cayó como un jarro de agua fría, nunca mejor dicho: definitivamente se adelantaba la borrasca. Sus palabras fueron claras y concisas: “chicos, tienen que salir de ahí lo antes posible, viene un huracán y estará encima de ustedes en pocas horas”.
Rápidamente nos alejamos de las laderas más expuestas al riesgo de aludes y buscamos un lugar adecuado para montar el campamento. Decidimos excavar un agujero para cada tienda y aprovechar los bloques para construir unos muros. Además, hicimos una cueva de hielo de supervivencia, por si las tiendas no aguantan los vientos superiores a 100 km/h que nos anunció Ezequiel.
Sobre nuestras cabezas fue formándose una gran nube un forma de yunque, que son un indicio evidente de la llegada de mal tiempo en todas las capas de la atmósfera, es decir de muy mal tiempo.
Pude ver el miedo en las caras de algunos de mis compañeros menos experimentados y me salió comentarles que cuando plantamos cara al miedo, este se reduce, pero si nos quedamos paralizados, esperando sin hacer nada, el miedo crece. Por eso actuar siempre es la mejor opción. Así que nos pusimos manos a la obra hasta que dimos por finalizado el campamento, que se me antojó llamar Campamento Amparo.
Cuesta explicar y quizás entender, qué suponen estas condiciones meteorológicas en estos territorios australes si no se han vivido antes, pero básicamente se trata de trabajar sin parar, para que la tormenta no te gane la partida y literalmente no nos devore. Por suerte, hemos logrado atrincherarnos a tiempo y las tiendas resisten las intensas rachas de viento huracanado que nos ensordecen y sobrecogen el corazón.
Tenemos comida y gas suficiente para una semana, así que una vez más toca tener el coraje de armarnos de paciencia y esperar hasta que una nueva ventana de buen tiempo nos permita seguir avanzando.
Juan Diego Amador

5ª Crónica – Tierra firme – Expedición Georgias del Sur

5ª Crónica – Tierra firme – Expedición Georgias del Sur

Atlántico Sur (54º 06’ S. – 37º08’ O.), domingo 9 de octubre.

Campo Base Flotante Bahía Possession.

Por fin llegamos a las Islas Georgias del Sur y fondeamos, aunque aún no podremos desembarcar por culpa del mal tiempo reinante. Según Ezequiel, nuestro capitán, las condiciones de navegación hasta ahora han sido favorables, y hemos invertido un día menos de lo estimado para navegar las 750 millas náuticas que nos separan de Las Malvinas. Hasta aquí nos empujaron vientos de entre 20 y 30 nudos que nos han permitido una velocidad media de desplazamiento de en torno a 6 nudos sobre el fondo del océano. Sin embargo, estas mismas condiciones nos impiden llegar a tierra con seguridad.

Así que un nuevo contratiempo vuelve a restar días a nuestro preciado y apretado calendario. Después de seis jornadas de agitada travesía confinados en el barco y de la espera en las Islas Malvinas, me muero de ganas por saltar a tierra y vivir una nueva experiencia. Ya lo tenemos todo listo y estamos preparados para empezar la travesía de Shackleton ahora mismo. Sin embargo, hace años aprendí que en las grandes aventuras el arte de sobrevivir está estrechamente relacionado con la visión de conjunto y con olvidarse de la codicia de uno mismo. Así que aunque quiero y puedo, no es el momento, y hasta que esas tres cuestiones vitales no se respondan afirmativamente, no nos adentraremos en los hielos de las Islas Georgias. Además de por mi propia integridad, lo hago por mis compañeros, pues soy el que más experiencia tiene en montaña y me tocará liderar en tierra.

Nuestra idea original era acceder a la isla por el oeste, para desembarcar en la Bahía del Rey Haakon y desde ahí comenzar la travesía, pero lamentablemente el viernes la meteorología empeoró significativamente y las previsiones indican la entrada de una profunda borrasca para los próximos días. A medida que nos hemos ido acercando a la isla las olas han incrementado su onda, hasta superar los tres metros entre la cresta y el valle. Ahora el viento sopla racheado, la temperatura del aire ha bajado hasta los 5ºC y el agua del mar a 2ºC. Con estas condiciones y ante la inminente llegada de la tormenta es muy arriesgado acceder por el noroeste, pues además tendríamos viento de popa y con estas condiciones podríamos dañar el barco.

Así que por seguridad hemos decidido cambiar nuestro plan original y buscar refugio en la costa noreste, menos expuesta a los vientos dominantes, más recortada y con más abrigos naturales. Desde ayer sábado estamos fondeados en nuestro  articular campo base flotante, que se me antoja llamar C.B. Possession, como el topónimo de la bahía que nos dará protección hasta que el tiempo mejore.

Después de diez días la vida en el barco adquiere su propia cotidianeidad; mantener rutinas y horarios es importante, por el orden y por los ánimos, así como unas mínimas normas: luces, ruidos, turnos de guardia, limpieza, etc. Hasta ahora la convivencia está siendo exquisita y salvo los imprevistos ajenos a nuestra voluntad, vamos cumpliendo nuestros propósitos. En la mayoría de estos grandes viajes a lugares recónditos e inhóspitos suelen ocurrir imponderables que quedan muy lejos de nuestro control; es precisamente en estas situaciones cuando hay que aprender a creer en lo increíble y al mismo tiempo armarse de paciencia y aceptación.

Sabía que me dirigía a uno de los lugares más expuestos y comprometidos de los confines de la Tierra y ahora que estoy aquí, no puedo ocultar que estoy tan ilusionado como sobrecogido por las condiciones que nos vamos encontrando. Se me encoge el alma al pensar que estos territorios fueron el escenario de los últimos capítulos de la exploración clásica. Pienso en Shackleton, Scoot, Wild, Amundsen y tantos otros e intento ponerme en su piel y en sus corazones: mi admiración hacia ellos aumenta  más si cabe.

Ahora toca seguir esperando…

Juan Diego Amador.

4ª Crónica – Zarpamos – Expedición Georgias del Sur

4ª Crónica – Zarpamos – Expedición Georgias del Sur

Atlántico Sur (54º 21’S. – 37º 57’O.), viernes 7 de octubre.
Azul oceánico y albatros.
Después de una larga espera, el 1 de octubre zarpamos de Puerto Stanley. Pero primero tuvimos que pasar un riguroso control de la policía portuaria para comprobar que toda nuestra documentación estuviera en regla (permisos y certificaciones medioambientales IAATO). En torno a las 17:30 por fin sellaron nuestros pasaportes y nos autorizaron la salida.
La tarde anterior también nos habían visitado las autoridades biosanitarias, que revisaron a fondo el barco y nuestro equipaje, para asegurarse que no portábamos ninguna especie foránea animal o vegetal que pudiera suponer una amenaza para el frágil equilibro ecológico de las Georgias del Sur. En este sentido, ha sido la inspección más exhaustiva que he vivido en pro de garantizar que nuestra visita no produzca afección alguna a las especies de este santuario natural al que nos dirigimos. Para hacernos una idea de la conciencia y responsabilidad con la que se está gestionando este territorio, cabe recordar la exitosa campaña de erradicación de la rata. Recientemente, tras seis años de duro trabajo y doce millones de euros invertidos, lograron exterminar a este agresivo roedor que se nutría de los pollos y huevos de las diversas especies de pingüino que anidan en las escarpadas costas de estas islas. La rata llegó con los barcos balleneros hace más un siglo y se adaptó, y de la misma manera que en las Islas Canarias los gatos asilvestrados son una amenaza para el lagarto gigante, aquí las ratas llevaron a algunas especies al borde de la extinción.
Los días de navegación se hacen largos pues el velero es pequeño y la mayor parte del día el movimiento del mar y el frío nos obliga a estar en el interior. Entonces los cristales se empañan; los limpio siempre con la ilusión de descubrir algo. Sé que aún no puede ser tierra, pero quizás sí el vuelo sobre las olas de albatros y petreles que surfean tanto el agua como el aire con una naturalidad asombrosa. Pienso en la mirada con la que nos observan, probablemente como a extraños que somos en su mundo de agua y sal.
Pasamos buena parte de las horas conversando, leyendo, escribiendo, grabando, comiendo, contemplando, esparramando la vista sobre el océano, durmiendo… y de nuevo vuelta a empezar.
A veces el viento amaina y entonces el océano se calma, permitiéndome salir a cubierta para disfrutar de un aire fresco y húmedo. Entonces me recreo en el color del océano, que aunque suele ser intenso varía en función de cómo esté el cielo; a veces es azul marino, mejor dicho oceánico, pero también llega a ser azul petróleo e incluso gris grafito. En ocasiones el sol brilla sobre el agua y es imposible mantener la vista hacia el horizonte por la excesiva luz reflejada; horas más tarde el agua se torna oscura, tanto que sobrecoge el alma e invita a entrar a la seguridad del barco. Así es el mar aquí, luz y sombra, así fue para los primeros exploradores que se atrevieron a cruzarlo; vida y muerte en los confines del planeta.
A veces me pregunto qué me une a ellos, a los pioneros, a quienes dedicaron su vida a explorar los últimos confines de la Tierra, como pudo ser Sir Ernest Shackleton. Y cuanto más viajo, cuanto más tiempo paso alejado de las comodidades y de la seguridad de mi entorno afectivo, más claro tengo que aquellos hombres también necesitaban la aventura para encontrarse, pues aquí, a pesar de estar lejos de los demás, es donde más cerca me encuentro de mi mismo. Por supuesto que disfruto del hogar y de mi gente, pero siempre ansío la naturaleza salvaje, donde la libertad es palpable cada día y no una mera ilusión, por eso me encanta sentir el viento en la cara y aunque el sol y la sal cuarteen mi rostro, sentir que mi sonrisa es plena. Esa íntima sensación de plenitud me hace sentirme más animal aún, precisamente en un territorio que es fundamentalmente de ellos y no nuestro.

Juan Diego Amador

 

Imágenes autoría de Juan Diego Amador

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