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El descubrimiento del Everest

El descubrimiento del Everest

La historia que vamos a contar a continuación no está relacionada, ni con el origen geológico, ni con las peculiaridades físicas del Everest, la montaña más alta del mundo. Nuestro propósito es describir las circunstancias que rodearon su descubrimiento o, mejor, el descubrimiento del rasgo que la ha hecho famosa y que no es otro que su altitud sobre el nivel del mar: 8.848 metros, o 8.848´86 metros si hacemos caso de los últimos cálculos, los llevados a cabo entre mayo de 2019 y 2020 por un equipo formado por topógrafos y geógrafos chinos y nepalíes.

Todo comenzó en 1802. En torno a esa fecha, la East India Company ordenó a William Lambton (1753 – 1823), uno de los muchos oficiales británicos que mantenía a su servicio, hacerse cargo de la dirección de un proyecto extremadamente ambicioso y sin precedentes en la historia de la geodesia y la cartografía. La misión que le ordenaron llevar a cabo –y que no llegó a concluir– fue medir una sección de arco del meridiano que atraviesa el subcontinente indio desde un punto situado al este de Kanyakumari, en el sur, hasta Banog, una localidad de Himachal Pradesh situada a los pies del Himalaya. El propósito primordial de esta empresa, bautizada con el nombre de Great Trigonometrical Survey, era calcular las dimensiones exactas de la anomalía geodésica de la Tierra dado que, como ya se sabía por aquel entonces, nuestro planeta no es una esfera perfecta sino un geoide achatado por los polos. Sin embargo, este objetivo iba acompañado de otro no menos importante para los intereses políticos y económicos de los colonizadores europeos: realizar un reconocimiento exhaustivo y cartografiar la totalidad de la superficie de la India hasta en sus menores detalles.

Los trabajos se prolongaron durante más de seis décadas, desde 1802 hasta 1866, y durante todo ese tiempo no se introdujeron cambios en los objetivos, pero si en su organización y en el modo de llevarlos a cabo. Los más importantes tuvieron que ver con la creación de una institución específica para sustituir a la East India Company y con los cambios que se produjeron en la dirección de la misma. La institución a la que se encomendó la conducción y coordinación de todo el trabajo se llamó, y se sigue llamando, Survey of India, y sus principales responsables durante el período que nos interesa fueron tres: George Everest (1790 – 1866), Andrew Scott Waugh (1810 – 1878) y James Walker (1826 – 1896). La actividad de Everest al frente de este organismo se extendió a lo largo de dos décadas, desde la muerte de Lambton en 1823 hasta su jubilación en 1843. En esa fecha cedió su puesto a Waugh que, a su vez, fue sustituido por Walker en 1861.

Como es de suponer, la medición exacta de la altura de las montañas no figuraba entre las prioridades del Survey of India o de sus directores. Seguramente tenían cosas mucho más importantes o urgentes que hacer. Sin embargo, era poco menos que inevitable que las midieran o, incluso, que las ascendieran con el fin de colocar en sus cumbres los teodolitos y los instrumentos de los que se servían para realizar las triangulaciones u otras tareas. Y fue precisamente en el curso de estas operaciones cuando alguien advirtió la existencia de una cumbre más alta, mucho más alta de lo normal o de las que hasta entonces habían aspirado a convertirse en el techo del mundo: Nanda Devi y Kanchenjunga.

Inicialmente y durante varias décadas, la merecedora de este honor había sido la primera, el Nanda Devi, una montaña que, además de ser prominente, era accesible y se encontraba relativamente cerca de Nueva Delhi. Sin embargo, en 1847 los empleados del Survey descubrieron que esta atribución era completamente errónea porque su altitud, 7.826 metros, quedaba muy por debajo de los 8.586 de la otra aspirante, el Kanchenjunga. Aquí no acabó la cosa. Menos de 10 años después, comenzó a abrirse paso la idea de que había una candidata mucho mejor para ostentar el título. Basándose en los registros realizados en 1847 por tres topógrafos de manera independiente (Waugh, Armstrong y Nicholson) en tres localizaciones muy alejadas entre sí y de la observación de las mareas llevada a cabo en el puerto de Karachi en 1851, A. S. Waugh decidió dar un paso adelante. En un artículo fechado en 1856 anunció que la verdadera triunfadora de esta contienda era una cima en la que, hasta entonces, nadie había reparado lo suficiente. La nueva montaña, denominada provisionalmente con los nombres de Pico b, Pico h y Pico XV, se elevaba hasta unos fabulosos e increíbles 8.840 metros. Como la ocasión la pintan calva, Waugh propuso que el pico recibiera el nombre de Everest en honor a su predecesor. Al menos eso es lo que podemos deducir de su propio testimonio: “(…) existe una montaña, probablemente la de mayor altitud de todo el mundo, que carece de un nombre local que podamos hallar (…) en conformidad con el que creo es el deseo de todos los miembros del departamento que tengo el honor de presidir, y para perpetuar la memoria del ilustrado maestro de la investigación geográfica, he decidido que esta noble montaña del Himalaya sea bautizada con el nombre de Monte Everest”. Un apelativo más que añadir a los que ya poseía en nepalí (Sagarmatha), tibetano (Chomolungma) y chino (Zhumulangma).

Fuente: eldiario.es

REUNIÓN CON EL DIRECTOR INSULAR DE CARRETERAS DEL CABILDO INSULAR DE TENERIFE

REUNIÓN CON EL DIRECTOR INSULAR DE CARRETERAS DEL CABILDO INSULAR DE TENERIFE

Ayer día 4 de octubre de 2021 el Presidente de la Federación Insular de Montañismos de Tenerife, D. Humberto Domínguez, junto a la Vocal de Escalada de dicha Federación, Dña. Reyes de Miguel, mantuvieron reunión con D. Tomás García, Director Insular de Carreteras del Cabildo Insular de Tenerife.

El tema principal a tratar fue conocer la situación que afecta a la Escuela de Escalada de Guayte en Santa Cruz de Tenerife, ya que se están realizando labores de mallado en la zona por problemas de seguridad debidos a derrumbes.

El Director Insular nos ha explicado con detalle todo lo relacionado con el expediente y marcado los lugares concretos en los que están trabajando. Nosotros le hemos indicado exactamente dónde está la escuela de escalada, cuántas vías hay y el interés que tenemos por esta única escuela en medio natural y especialmente para niños y niñas en el municipio de Santa Cruz.

La reunión ha transcurrido con total cordialidad y con buenos resultados, ya que aunque efectivamente una parte de la zona de escalada va a quedar anulada por evidentes riesgos de caída de una roca fracturada, ello no ocurrirá con toda ella; según se nos informo la franja de mallado coincidirá bastante con la marcada en la adjunta imagen (Javier Martín Carbajal)

Por tanto tenemos buenas perspectivas para el resto de la zona la cual va a ser valorada e inspeccionada por el ingeniero proyectista de la obra acompañado por la Vocal de Escalada.

Ambas partes tenemos como prioridad asegurar la seguridad para todo el colectivo de montaña y cualquier ciudadano o ciudadana que transite o circule por ese lugar.

Anto afronta su primer ochomil

Anto afronta su primer ochomil

‘Anto’ afronta su primer ochomil

El montañero Antonio Miguel Pérez iniciará el próximo día 30 una expedición en la que intentará ascender sin oxígeno al Manaslu, la octava montaña más alta del planeta

Antonio Miguel Pérez, más conocido como Anto, tiene ya currículum montañero. Este orotavense permaneció durante años fuera del foco mediático y realizando expediciones por su cuenta y sin otro objetivo que disfrutar de ellas. El Muztagh Ata (7.546 metros), en China; el Pico Lenin (7.134), entre Tayikistán y Kirguistán; el Illimani (6.438), en Bolivia, y el Mera Peak (6.479), en Nepal, son las principales cumbres que ha hollado. Hasta ahora. Anto afrontará en quince días su primer ochomil, el Manaslu, en Nepal y de 8.163 metros, la octava montaña más alta del planeta. Será en un reto del modo más autónomo posible (sin oxígeno ni sherpas, los porteadores del Himalaya en los que se apoyan muchas expediciones) y con un trasfondo benéfico.

Los también montañeros Pako Crestas y José María Ponce, catalán y alicantino, respectivamente, acompañarán a Anto Pérez en una aventura que se prolongará entre el 30 de agosto y el 10 de octubre. Sus gastos los ha logrado financiar gracias al apoyo de dos personas que prefieren permanecer en el anonimato. «No buscan ningún beneficio económico ni publicitario; son orotavenses y les hace ilusión que alguien del municipio emprenda un reto de este tipo», explica sobre sus particulares mecenas. La única institución pública que colabora con él es el Ayuntamiento de La Orotava. Esta administración le aportó 1.000 euros que han sido «redirigidos» a un fin de carácter social: confeccionar unas camisetas conmemorativas para venderlas y que el beneficio se destine a la iniciativa que la asociación Pichón Trail Project realiza con enfermos de esclerosis múltiple y sus familiares.

Anto, de 50 años, es un rostro conocido en la Villa por su profesión de cartero, media vida callejeando y tocando en cada puerta. El kilómetro cero de su trayectoria deportiva está, con ocho años, en el Teide. «Mi padre subía porque le gustaba la montaña; lo que pasa es que la gente de aquella época poco tiempo tenía para eso, sino que estaba todo el día trabajando», rememora. «En aquel entonces, él organizó una excursión con la familia y yo subí al Teide por primera vez con ocho años», apunta sobre una jornada de la que guarda un recuerdo «muy bonito». Vinieron después las acampadas con amigos y, más tarde, esos mismos amigos dejando la actividad porque iban cambiando de preferencias vitales. «Poco a poco, los amigos iban teniendo novias y yo me quedé ahí enganchado a la montaña. Al final terminé caminando solo porque la gente se iba yendo para un lado u otro», expresa.

El siguiente paso fue recorrer el Archipiélago y, a continuación, ya en Correos y con un sueldo, empezó a dedicar sus vacaciones anuales a una expedición. «Desde mis primeras vacaciones, todas fueron destinadas a la montaña», precisa. «Empecé a ir a Los Pirineos durante varios años y di después el salto a Los Alpes y estuve haciendo cuatromiles por allí. He ido por escalones, poco a poco. Estuve yendo otros cuatro o cinco años a Sudamérica, a Los Andes, donde están los grandes cincomiles y seismiles. Allí subí seismiles en Bolivia, Chile, Ecuador, Argentina… También fui a África», añade. «Con más confianza y habiendo subido unos cuantos seismiles en Sudamérica, empecé en el Himalaya, que es donde se encuentran las montañas de 7.000 y 8.000 metros. Allí he visitado muchos países: la India, Nepal, Irán, Kirguistán, China…», completa. Por mencionar algunos de sus principales hitos desde el punto de vista deportivo, ascendió al Kala Patthar (5.643 metros), en Nepal; al tanzano Kilimanjaro (5.895), la montaña más alta de África; al Licancabur (5.920), entre Bolivia y Chile; al Acamarachi (6.046), en Chile; al Huayna Potosí (6.088), en Bolivia; al Stok Kangri (6.153), en la India; al Imja Tse (6.189), más conocido como Island Peak, en Nepal; al Sajama (6.542), en Bolivia, y al Llullaillaco (6.739), entre Argentina y Chile. Ahora bien, asegura que los metros no son su principal motivación.

«Mis viajes no son solo la montaña; me gusta meterme en el país. He vivido en Los Andes experiencias muy bonitas, y ya ni te cuento en África… El viaje que hice a Etiopía fue de un enriquecimiento brutal en cuanto a conocer otras culturas», manifiesta. En parte por esa forma de entender el montañismo, y hasta que su amigo José Maza le recomendó que se moviese en las redes sociales (su nombre en ellas es Anto Illimani Mera, en honor de dos de sus principales cumbres), actuó siempre anónimamente.

Una expedición compleja

Esta nueva expedición ha estado marcada por la covid. Anto la tenía prevista para 2020, pero la tuvo que posponer ante las dificultades y los cierres fronterizos. «Los permisos son un poco engorrosos, pero se hacen y ya está; lo peor ha sido la incertidumbre», señala cuando se le pregunta por los preparativos para este largo viaje. «De entrada son dos días de vuelos. La idea es estar en Katmandú dos o tres días para trámites burocráticos, permisos, comprar lo que haga falta… Y después tenemos que hacer un trekking de aproximación a la montaña, que son cinco días caminando por pueblos nepalíes, por el Parque Nacional del Manaslu», relata. Al quinto día, él y sus compañeros llegarán al campo base y, a partir de ahí, serán unos 25 días en la montaña.

Los preparativos los ha realizado, como no podía ser de otra forma, en el Teide. «La intención inicial es subir sin oxígeno y de la forma más autónoma posible», destaca sobre una decisión tomada por motivos económicos pero también porque es como realmente más le gusta la aventura. Es decir, él y sus piolet, los crampones, los mosquetones… y la montaña en estado puro.

Fuente: eldia.es

Una sombra en el recuerdo de Ueli Steck

Una sombra en el recuerdo de Ueli Steck

Un estudio de Rodolphe Popier revela incongruencias y falta de pruebas en el relato que hizo el alpinista de sus ascensiones en solitario al Shisha Pangma y al Annapurna

Ueli Steck perdió la vida en 2017 de forma tan inexplicable como traumática: la caída en el Nuptse del mejor alpinista del siglo XXI dejó huérfana una disciplina que con él había dado saltos de gigante hacia un futuro apenas imaginado. Steck, La Máquina Suiza, demostró que la excelencia técnica conjugada con el entrenamiento aeróbico sistemático podían llevar el alpinismo a cimas impensadas. También demostró una humanidad excepcional al jugarse la vida para que el navarro Iñaki Ochoa de Olza no muriese solo en una tienda a 7.400 metros en la arista este del Annapurna (8.091 m). Y como si ese gesto mereciese algo más que las medallas que rehusó, el Annapurna le regaló la oportunidad de firmar la ascensión más extraordinaria que se recuerda desde que en 1990 Tomo Cesen declaró haber escalado en solitario la cara sur del Lhotse (8.516 m).

En 2013, Steck terminó la ruta empezada en 1992 por los franceses Pierre Béghin y Jean Christophe Lafaille en la cara sur del Annapurna: lo hizo en solitario, en estilo alpino y en un tiempo estratosférico de 28 horas. Apenas dos semanas después, dos de los mejores alpinistas franceses de la historia repitieron el trazado del suizo invirtiendo ¡9 días! Stéphane Benoist lideró la ascensión y su amigo Yannick Graziani los devolvió a ambos a la vida conduciendo el terrible descenso. Hoy, el primero duda que Ueli Steck dijese la verdad cuando aseguró haber alcanzado la cima. Graziani está convencido de que mintió.

Otro francés, Rodolphe Popier, presentó en 2017 un estudio riguroso que recoge los hechos de los días 8 y 9 de octubre de 2013 en el Annapurna. Popier no es un recién llegado en el análisis de datos relacionados con las ascensiones en el Himalaya. A la muerte de Miss Hawley, conocida como la notaria del Himalaya, la dama que interrogaba a todo aquel que aseguraba haber ascendido un pico buscando incongruencias y faltas de pruebas antes de validar las supuestas ascensiones, Popier y dos colegas recogieron el desafío de completar el Himalayan Database, un almanaque de estadísticas de la cordillera. Entre 2015 y 2017, apoyándose en el testimonio del propio Steck, de sus compañeros de expedición, de las imágenes tomadas desde el campo base, de imágenes vía satélite y de un recopilatorio histórico de velocidades de ascenso en el Himalaya, Popier elaboró un informe que arroja serias dudas sobre la veracidad de la palabra de Steck.

Durante décadas, la palabra de alguien que afirmase haber pisado tal o cual cima en solitario bastaba para creerle. Si aportaba pruebas fotográficas o abandonaba algo en la cima que otros encontrasen después, el asunto quedaba zanjado. En caso contrario, la palabra dada se consideraba suficiente. Hoy uno puede llamar por teléfono desde la cima de un ochomil, sacar fotos con el móvil, demostrar que ha alcanzado el punto más alto gracias al GPS, al reloj… La palabra de honor ha de respetarse, pero no hace falta recurrir a ella cuando resulta tan sencillo demostrar los hechos.

Ueli Steck nunca aportó imágenes de su ascensión: aseguró que una colada de nieve fresca le arrancó la cámara de las manos. Patrocinado por una marca de relojes GPS, nunca mostró rastro alguno o el waypoint (punto de paso) de la cima. Nunca explicó el silencio de la tecnología que empleaba.

El 8 de octubre de 2013 a las cinco de la tarde, Steck se refugió en una grieta a 6.900 metros, 100 metros por debajo del muro de 500 metros de desnivel que constituye el tramo clave de la ruta hacia la cima del Annapurna. Desde el campo base se le vio y fotografió cuando accedía a la grieta. Solo se le volvió a ver temprano al día siguiente mientras descendía del mismo vivac, pero al alcanzar el campo base Steck afirmó que había escalado de noche hasta la cima, lo que implicaba un alucinante viaje de apenas 28 horas para una de las paredes más temidas, difíciles y comprometidas del Himalaya. Varios integrantes del campo base permanecieron fuera de sus tiendas por la noche tratando de ver la luz frontal del suizo, pero nadie vio luz alguna. Dos sherpas aseguran haber visto una luz justo bajo la cima, que en realidad no se ve desde el campo base: en la cultura de Nepal, mentir por alguien con el que se está en deuda no es un descrédito. Benoist y Graziani vieron el vivac de Steck, pero ninguna traza suya por encima. Tampoco desde el campo base se apreciaron huellas en la nieve por encima del muro clave de la ruta.

Para explicar la facilidad con la que escaló los 500 metros del tramo clave, el suizo dijo haber encontrado “condiciones excepcionales”, con una capa de hielo cubriendo el muro que le permitió avanzar con celeridad. Pero las fotos lo desmienten, y el hecho de que apenas 15 días después la pareja francesa tardase dos días y medio en superar la dificultad demuestran que el terreno por el que se movió de noche Steck era mixto y muy técnico. Pese a ello, Steck aseguró haber invertido 6 horas y 45 minutos desde su vivac hasta la cima y apenas tres horas de regreso desde el punto más alto hasta los 6.900 metros, rapelando los 500 metros del muro vertical. Benoist y Graziani tardaron dos días en rapelar esa sección abandonando prácticamente todo su material. Steck no abandonó nada aduciendo que el hielo era tan bueno que pudo rapelar desde puentes de hielo (conocidos como abalakovs). Popier descubrió que Steck refirió a tres personas números distintos de abalakovs: 4, 8, 10.

Preguntado sobre cómo supo que había alcanzado la cima, el suizo refirió hasta cuatro versiones diferentes: gracias a su reloj GPS; cuando alcanzó la arista; al alcanzar la segunda de las tres cornisas principales de la arista; y hasta un trazado en una foto que no mostraba la cima, sino una antecima al este. Pero lo más intrigante es que el suizo fue capaz de escalar más rápido por encima de los 7.000 metros que por debajo de esa altitud. ¿Cuál es la versión buena?

Popier demostró gran valentía cuando presentó su trabajo a los responsables de los Piolets de Oro, el máximo galardón del mundo del alpinismo. “Mi intención no es atacar a Steck ni a nadie, sino señalar una evidencia: hablando de alpinistas profesionales no es normal que no se les exija, o que ellos no se exijan, pruebas irrefutables de sus logros, y es algo que no parece preocupar ni a los propios actores ni a las instituciones”, relata. Plantea para el conjunto del alpinismo profesional algo similar a lo que Miss Hawley logró en los ochomiles: que no hubiese mentirosos como los dos indios que demostraron hace bien poco su cima en el Everest colocándose en ella con Photoshop.

Lo cierto es que Popier albergaba dudas acerca de Steck desde 2013, cuando encontró una foto de Steck en la cara sur del Shisha Pangma, a 7.300 metros, tomada durante su fantástico ascenso de 2011, cuando el suizo escaló la pared en diez horas y media. Popier estudiaba entonces la velocidad en el Himalaya de los mejores alpinistas, cuando las cifras de Steck empezaron a chirriarle. Desde la base de la pared hasta los 7.300 metros, avanzó por pendientes de nieve fáciles para él a una media de 147 metros/hora. Desde ese lugar, Steck aseguró haber alcanzado la cima 2 horas y 25 minutos después y esto después de superar 300 metros de terreno “exigente con una sección de roca desplomada para alcanzar la arista” y recorrer una arista de 1,57 kilómetros de longitud con “nieve a ratos por el tobillo, la rodilla e incluso las caderas”. Esto significa que tuvo que progresar a entre 300 y 350 metros verticales a la hora, en terreno técnico que desconocía, sin huella abierta a casi 8.000 metros: doblando la velocidad de la parte sencilla de la montaña ante testigos que le siguieron desde el campo base.

Además, Steck tampoco aportó fotografías (dijo que su cámara se congeló) ni datos de su reloj, ni de su GPS, ni descripción de la arista que discurre desde el final de su ruta hasta la cima. ¿Por qué?, se pregunta Popier. En 2015, mantuvo una entrevista con Steck en Katmandú: cuando le preguntó cómo era posible su aceleración en la parte alta del Shisha Pangma, el suizo montó en cólera. En los siguientes intercambios por correo electrónico, Steck nunca aclaró los puntos oscuros de su ascensión. “Hasta 2015, recuerdo que a aquellos que dudaban de los logros de Ueli Steck les respondía que un alpinista de talla mundial no tenía ninguna razón para mentir”, ironiza Popier. Nadie puede asegurar que el suizo mintió. Pero si lo hizo, saber qué razones se concedió para el engaño arrojaría luz sobre los vericuetos de la mente humana.

Fuente: elpais.com

Carlos Soria: “Quiero demostrar que las personas mayores seguimos con ilusiones”

Carlos Soria: “Quiero demostrar que las personas mayores seguimos con ilusiones”

El alpinista se prepara para subir el Dhaulagiri con 82 años como homenaje a una generación en la pandemia

Carlos Soria tiene 82 años y una mochila cargada de ilusiones. Sobre todo la de volver esta primavera al Dhaulagiri (8.167m), uno de los dos ochomiles, junto al Shisha Pangma (8.013m), que le restan para completar la colección de las 14 montañas más elevadas del planeta y convertirse en la persona de más edad en este selecto grupo. Una montaña especial. Por todas las veces que se le ha resistido (hasta 10 veces ha pisado su nieve), porque allí murió su amigo Pepe Garcés y porque, en tiempos de pandemia, quiere dedicar el ascenso a los mayores.

“Tengo innumerables récords. Once montañas de más de 8.000 metros con más de 60 años. He subido al K2 y he bajado con muy mal tiempo con 65. He hecho el Annapurna con 77 años, la montaña más peligrosa del mundo. Pero el récord del que estoy más contento es que de mis 68 años de alpinismo nunca me han tenido que sacar de una montaña, siempre he salido yo solo. Y nunca he tenido una congelación. Todo eso es simplemente sentido común. Y ahora quiero ir al Dhaulagiri. Quiero demostrar que las personas mayores seguimos teniendo muchas ilusiones, muchas ganas de vivir. Lo hemos pasado muy mal y hay gente a la que quiero animar a que siga con ganas de vivir. Vamos a intentarlo. He perdido ya un año por la pandemia y no quiero perder otro. Necesitamos un patrocinador. Tengo 82 años y estoy en edad de riesgo, pero soy alpinista de toda la vida. Quiero intentar terminar mi proyecto”, cuenta Carlos Soria en un vídeo con el que busca apoyos para su expedición. Con un buen grupo de sherpas y un cámara, el coste puede irse a los 14.000 euros. “Yo voy a ir de todos modos”, cuenta.

Soria se entrena en Moralzarzal, donde vive. En una bici en el garaje de su casa, donde comienza a dar pedales a las seis y media de la mañana, mientras el pueblo duerme. En las pendientes de Peñalara, el Telégrafo y la Pedriza. A veces en escapadas a los Pirineos o concentraciones en Sierra Nevada. Solo la pandemia le dejó el año pasado sin poder viajar al Himalaya. Ahora se prepara para volver, para culminar su proyecto de los 14 ochomiles, y para rendir un homenaje a una generación.

Fuente: elpais.com

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